Por Horacio Serpa
Todos queremos que al monstruo que violó y mató a Yuliana le impongan las más drásticas sanciones y que a la gente como él, asesinos y abusadores de menores, los repudie la sociedad y la Justicia les imponga severos castigos sin rebajas penitenciarias. Son lo peor que existe.
La indignación ciudadana que producen estos casos, de frecuente ocurrencia, explica los reclamos de pena de muerte y de cadena perpetua para tan abominables criminales. Falta ver, eso sí, si estos comportamientos diabólicos y cobardes desaparecen matando a los infractores o confinándolos por toda su existencia. Si así fuera, la solución la tiene el Congreso Nacional.
Mucho me temo que no es así. La humanidad ha apelado a la pena de muerte y a la cadena perpetua por centurias, sin que en los países donde se aplican hayan desaparecido los crímenes atroces. Entre nosotros existió la pena de muerte. Muchos dicen, incluso, que aún existe y que se aplica de manera extrajudicial, lo que ha llevado a algún gracioso a decir que en Colombia lo que debemos es abolirla. Lo cierto es que en ninguna parte ha desaparecido el crimen porque se elimine al infractor o se busque con tal medida intimidar a los delincuentes. Para la muestra, los Estados Unidos, en donde poco a poco los Estados han ido acabándola por inhumanitaria e inocua y para evitar el error judicial.
Nuestra sociedad está enferma. No tenemos adecuado modelo para confrontar el crimen. No nos preocupamos por la salud mental, cuando las estadísticas indican que el 30% de los habitantes del país merecen tratamiento sicológico o siquiátrico. No formamos bien a los niños ni educamos apropiadamente a los jóvenes. Se enseña aritmética y geografía pero no se crean valores ni se inculcan principios ni se compromete a las nuevas generaciones en responsabilidades cívicas y en solidaridad.
En Justicia solo creamos Juzgados y hacemos nuevas cárceles. Aquí no se hace resocialización a los infractores ni a los niños se les corrigen sus faltas mediante sistemas educativos apropiados. Los padres piensan que la formación de sus hijos la imparten los profesores y en las escuelas y colegios consideran que son obligaciones de familia. No hay autoridad encargada de impedir que se siga contaminando a infantes y jóvenes con las drogas malditas. “Árbol que nace torcido no lo endereza jamás”, es una máxima que ya no se recuerda. Estamos fallando lamentablemente.
Hay que sancionar al asesino de Yuliana con 50 años de cárcel inconmutable. Pero en cuanto a tantos asesinatos, a crímenes familiares, a suicidios colectivos, a maltratos y abusos sexuales, la calentura no está en las sábanas. La fiebre es un síntoma que obliga al galeno a buscar la infección para señalar el tratamiento de curación. Fallamos en educación, en cuidados especiales para niños y jóvenes, en protección policial, en política delincuencial, en formas sancionatorias severas pero acertadas y en líneas penitenciarias exigentes pero dignificantes. Hace años leí una frase callejera: “Educad bien al niño y no tendréis que castigar al hombre”.
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