El anuncio de más de 300 periódicos en los Estados Unidos de exponer en sus editoriales un alto a los insultos, amenazas y ataques que el presidente Donald Trump reitera hacia ellos a través de su cuenta de Twitter, no es más que un llamado de auxilio a los lectores para creer más en la prensa libre y protegerla de cualquier intención política de hacerla tambalear.
Si hay algo claro que deja el abuso obstinado del presidente Trump sobre la prensa, es que los ciudadanos caminan en terrenos inestables, en donde las certezas son cada vez más escasas y la verdad se ve empañada entre una espesa neblina informativa, donde no sabemos ni queremos entender los datos, y preferimos depositar nuestra confianza en las falsas promesas e interpretaciones del mesías de turno.
Esta situación de crisis que afronta la verdad no es ni la primera ni será tampoco la última. Que en Estados Unidos, el presidente Trump utilice sus redes sociales como agencias informativas que atacan y descalifican el trabajo de la prensa, bien pudiera considerarse como una forma novedosa de descrédito hacia los medios informativos, pero los intentos de llamar mentira a una verdad que incomode o de alterar por debajo de la mesa esa verdad es algo que siempre ha existido y los medios para conseguirlo son muy variados. Que la porción más grande de pauta publicitaria que reciben los medios locales provenga de las alcaldías y gobernaciones de turno, es de por sí un indicador de esas fuerzas de poder que cohabitan en los medios de comunicación y que van mucho más allá de la tinta impresa de las páginas.
La prensa también ha fallado, hay que reconocerlo. Sobre sus hombros reposan en muchos casos intereses económicos y políticos que provocan escozor. Las audiencias están despertando. En épocas electorales, un mapeo mediático detallado y meticuloso sobre América Latina, por ejemplo, arrojaría las preferencias que medios de comunicación han tenido por algunos gobernantes, casi prestando un servicio de relaciones públicas en vez de uno público, en donde caben tantas ideologías se quieran. Ahora bien, debo decir en defensa de quienes componen las salas de redacción, los periodistas, que ellos tambien actúan como contrapesos de los mismos medios, y en su deber al oficio, esgrimen con esfuerzo noticias, reportajes y crónicas ajustadas lo más posible a la realidad. Es la forma que tienen los reporteros de decir: no somos los enemigos del pueblo.
De ninguna manera la prensa tiene la verdad absoluta, ni será su último fin. El medio que sostenga esa tesis merecerá siempre el cuestionamiento y la lupa sobre su trabajo. El respeto hacia el lector, así como entender que una democracia no puede funcionar sin la constante pesquisa rigurosa de la prensa, es el último fin que un periodista debe concebir para realizar un trabajo responsable. El presente nos exige lanzar un salvavidas a esos periodistas y casas editoriales que hoy piden nuestra ayuda. Por medios con mayor independencia y credibilidad, tenemos que ser más críticos con quienes pretenden amordazarlos, y empezar a pagar por lo que consumimos.
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