Al momento de escribir esta columna de opinión, dos familiares que viven en Barranquilla me cuentan por un chat grupal de Whatsapp tres nuevos casos de intentos de rapto de mujeres, al parecer bajo la misma modalidad que se viene discutiendo en redes sociales: una camioneta blanca se acerca a las mujeres que, solas, esperan el bus. De allí baja un hombre que pregunta por una dirección, y mientras conversa con la mujer, sacude un pañuelo -supuestamente impregnado de escopolamina- lo que hace que la víctima pierda el sentido para luego ser secuestrada, violada y asesinada.
Todos hemos escuchado los audios de las últimas semanas, pero aún no tenemos respuestas. El ambiente de incertidumbre es innegable y dados los recientes casos comprobados de desapariciones y feminicidios en la capital del Atlántico, como el de Brenda Pájaro a finales de agosto o el reciente intento de violación y linchamiento ocurrido en el sector de Villa Carolina, cualquier historia que llegue boca a boca o vía redes sociales tendrá toda la credibilidad posible. La sensación de inseguridad en Barranquilla ha superado todos los límites y la ciudadanía está a merced de que más historias compartidas por redes sociales, bien sean reales o no, socaven el poco sentimiento de tranquilidad que aún permanece. No obstante, de algo sí estoy seguro: están matando a nuestras mujeres y nadie dice ni hace nada.
Es preocupante la situación, como también la falta de manejo mediático por parte de las autoridades locales y entes gubernamentales. Porque las historias que llegan por Whatsapp, Facebook, Instagram o Twitter, incluyen elementos que, de no ser validados por fuentes oficiales, aumentarán considerablemente el temor de salir a las calles, el odio hacia gente ajena a la ciudad, y refrendarán los asesinatos en las calles de cualquiera que sea sindicado de intento de violación: según los audios, una banda de Antioquia especializada en feminicidios está posicionada en la ciudad; también aseguran que un grupo de venezolanos es el cerebro de estos casos sistemáticos; y en otros audios, concluyen que las bacrim deben retomar las limpiezas sociales en la ciudad para acabar con los violadores y que además las comunidades están en el derecho y el deber de linchar.
Esta zozobra es caldo para que, quienes están acostumbrados a manipular a la opinión pública en momentos de crisis, bombardeen con información que puede ser falsa. Los rumores deben tratarse como una enfermedad que pasa por procesos de incubación, mutación y prolifera todo el cuerpo social, haciendo metástasis que, para entonces, es difícil contener. Como un cáncer, cuya cura debe venir de las instituciones en las que depositamos nuestra confianza. Lo peor de los rumores sin cura es que con el tiempo los normalizamos y se convierten parte del paisaje. De nuevo, Alcalde, no permita que los ataques sexuales hacia nuestras mujeres se normalicen y se vuelvan historias cotidianas en las páginas judiciales. Explíquenos qué es lo que está sucediendo.
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