¿Qué buscaba el fundador de Santa Marta?


¿Qué llevó al marino sevillano, rico comerciante esclavista, a migrar a un nuevo destino? ¿Quería refundar el paraíso?
Rodrigo de Bastidas salió herido de muerte del poblado de Santa Marta que acababa de fundar apenas un año atrás. Un bote de remos lo condujo de vuelta a la nave. Debía despedirse de la bahía.
“Bien merecido se lo tiene”, vociferaron sus opositores, que no eran pocos. “Pobre hombre, había cambiado. Era amable y defendía a los nativos”, alegaron sus defensores, también numerosos.
Bastidas había insistido durante 23 años en ir a aquella tierra a la que nadie quería aventurarse. Eso le implicaba salir de Santo Domingo, donde vivía en la opulencia como un hacendado exitoso. Su decisión estaba tomada desde que la había visto por primera vez, cuando pasó frente a su bahía y desembarcó para tomar alimentos y beber agua fresca. Finalmente, logró la capitulación de la Corona española para hacerse con las nuevas tierras.
Una vez tuvo la aprobación de los monarcas, emprendió una cruzada descomunal para llevarse consigo a 450 personas con la única intención de construir un primer pueblo en Tierra Firme. Nadie le quería hacer caso y lo tildaron de loco. Una cosa era vivir en las islas del Caribe, lugares cómodos y de fácil salida, y otra adentrarse en aquel continente inmenso, desconocido, del que nadie sabía nada, donde había múltiples tribus en las costas, el miedo a lo desconocido y ninguna certeza de que hallarían riquezas. Los convenció diciéndoles que ganarían dinero y que era un lugar cercano al paraíso. Les aseguró que nunca querrían irse de allí.
Los ecos del nuevo mundo
Lo irónico es que haya sido él el primero en partir. Bastidas saludó al capitán da la nave La Santiago, fondeada en la bahía, a bordo de la cual había llegado a Santa Marta. Tomó la mano de su mujer, Isabel Rodríguez. Lo acompañaba su hijo, que tenía su mismo nombre, y aspiraba a ser obispo. A él le contó su historia completa, para que no la olvidara:
Contaba con dieciocho años cuando hubo una gran agitación en Sevilla el día que conoció la noticia que partió la historia en dos: un posible nuevo mundo había sido avistado por los navegantes que habían viajado al occidente en sus barcos. No habían caído al abismo, sino que habían encontrado tierras, gentes, aves y alimentos insólitos. Unos afirmaban que era China o la India. Otros, que se trataba de una tierra nunca vista.
El misterio y la necesidad impulsó a los migrantes a irse a probar fortuna. Él era aún joven, pero ya era marino y volvió corriendo a su casa para pedir autorización de irse a probar fortuna. No eran buenas épocas en su tierra. España era entonces una tierra de batallas internas, reinados turbios, una religión opresiva y pocas garantías de felicidad.
A medida que pasaban los años, Sevilla se fue llenando de más marineros que alimentaban el fervor de nuevos hallazgos. En los bares, los navegantes narraban sus aventuras, tristes o esperanzadoras. Ya en ese entonces, Bastidas se había postulado para sumarse como capitán.
Nunca fue notario, ni tuvo estudios formales. Era un marino más del barrio de Triana, que consiguió el 5 de junio de 1500 el permiso para “descubrir islas e tierra firme a las partes de las Indias, o a otra cualquier parte” con tal que no fueran las que habían descubierto ya Cristóbal Colón, o las que pertenecían al rey de Portugal. La corona no financia su viaje, pero lo nombra capitán de la expedición y le pide entregar la cuarta parte de todo lo que obtenga, si consigue organizar su viaje.
Agradecido por la oportunidad, se arrodilla frente a la patrona de Sevilla, la Santa Marta, y se encomienda a ella. De paso, le promete que bautizará la tierra más bella que encuentre en su nombre.
Pero necesitaba dinero para el viaje. Se alía con Juan de la Cosa para conseguir patrocinadores y fletar los barcos. Tarda bastante en conseguir los maravedíes suficientes para cruzar la mar. Finalmente se hace con dos navíos, compra las vituallas para el viaje, contrata a los marineros, armazones y chinchorros de pesca para poder abastecerse del mar. También suma mercaderías baratas para intercambiar con los indígenas posibles que encuentre, como telas y espejos, cascabeles, cuentas de vidrio, tejidos y ropas de bajo coste, porque así se lo han aconsejado los navegantes que ya han ido al otro lado del mundo.
Bastidas se ha empeñado, literalmente, para poder viajar. Cuando zarpa, lo debe todo. Concibe su viaje como un negocio: o gana o se arruina. Le han prestado dinero y debe traer lo suficiente como para pagar las deudas, ganar él y pagarle a la corona.
Ve la bahía por primera vez
Sale en enero de 1502 desde el puerto de las Mulas de Sevilla, enfila hacia el sur de las tierras halladas por Colón y tras meses de navegación da con el golfo de Venezuela, el Cabo de la Vela y la costa de Santa Marta. Bajan hasta el golfo de Urabá y las tierras de Panamá. Paran sucesivas veces en las tierras que descubren y las bautizan o preguntan a sus habitantes los nombres que usan. Santa Marta ha sido su favorita por su belleza y su ubicación entre montañas, por lo que decide llamarla así desde entonces en sus documentos de viaje.
A su regreso, pleno ya de mercancías, sus naves resultan dañadas por un molusco que desconoce, la broma marina, un bivalvo que desconocía y se alimenta de madera. Los cascos de su barco quedan debilitados y debe guarecerse en la isla de Santo Domingo. Su suerte parece torcerse porque es acusado tras llegar a costas que no le eran permitidas. Luego resulta absuelto en España.
Para sorpresa de sus enemigos, es premiado por los reyes por sus hallazgos y la fortuna le sonríe: Bastidas se convierte pronto en un comerciante rico que vive de capturar indígenas Caribe y de su extracción de las perlas, de la cría de hasta 8.000 cabezas de ganado y del rescate de oro. Un típico colonizador en pleno. Cuando es nombrado regidor de Santo Domingo alcanza la total riqueza.
Quería más. A medida que se ampliaba la colonización, los españoles buscaban más indígenas para esclavizar y comerciar ante la escasez de mano de obra. Es entonces cuando opta por ganarse la gobernación de Santa Marta, que al final consigue. La capitulación le exige construir una población y una fortaleza. A cambio, concede exenciones y privilegios a los nuevos pobladores. A Bastidas le permite gozar del privilegio de repartir aguas, tierras y solares. Así lo recuerda J.J. Real Díaz en su libro El sevillano Rodrigo de Bastidas.
Fundar el primer pueblo en el continente
Bastidas entiende que no será un viaje como todos: fundar un pueblo implica organizar las estructuras de una nueva provincia, atraer a los indígenas locales para convertirlos a su religión y sentar las bases de la agricultura y la ganadería. Necesita, además de marinos, llevar familias de pobladores que quieran quedarse y organizar un pueblo. Es cuando la mayoría rehúsa acompañarlo. Nadie sabe si hay riquezas en Santa Marta. Termina ofreciendo regalos, pagando deudas a morosos para que se unan a su travesía y sacando presos de la cárcel para que viajen con él.
Al final, logra disponer de una nave gruesa, La Santiago, además de cuatro carabelas. Llena las bodegas de cal y ladrillos, de ganado y mercancía, vacas y caballos, y de todo lo que necesita para fundar una población. Envía dos carabelas por delante, por seguridad, y el resto de las familias lo siguen atrás.
Vuelve a recorrer las costas que había visto veinte años atrás. Después de cruzar el Cabo de la Vela divisa los picos nevados de la sierra nevada que tanto le había llamado la atención, más imponente aún que la de Granada, en su tierra. Ve las aguas tumultuosas que se suceden en playas sucesivas, las olas encabritadas que moldean rocas como huevos de dinosaurio, la vegetación verdísima, si es que pueden llamarse verdes las infinitas tonalidades que abarcan.
Ve a los indígenas con sus gorros blancos, tutusomas que representan su tierra coronada de nieves, y que los observan y siguen desde las orillas; contempla las playas tranquilas, las montañas cundidas de cervatillos y árboles de trupillos, las tortugas marinas que acompañan sus carabelas, las playas amplias que se vuelven bahías. Desciende por fin en la bahía llamada de Gaira, como la tribu que la habita. Pisa las conchas que pueblan la arena, mareado aún por el movimiento de tantas horas de mar. Los hombres que lo acompañan lo siguen y entre los rezos y las plegarias, agradecen el abrazo de aquel lugar cuyas montañas los envuelven mientras el mar calmo los recibe.
Beben el agua fría del río Gaira que desciende de la sierra y envía una comitiva para entrar en contacto con los habitantes de allí, que son numerosos y curiosos, y que calientan las conchas extraídas de la playa para hacer cal con ella. Las etnias tienen nombres que escriben en su letra enrevesada: koguis, arhuacos, chimilas, malebúes, gairas, tagangas o dorsinos, entre otras.
Luego eligió la bahía más profunda para fundar la ciudad que quería y allí desembarcó sus vacas, cerdos, yeguas y perros, los ladrillos y los clavos, y empezó a negociar con los indígenas para aplicar la Leyes de Burgos, que exigían un buen trato. Nadie entendió qué le pasaba. ¿Bastidas, el comerciante de esclavos, pedía negociar y tratar con bondad a los nativos? ¿Bastidas, el hacendado, refrenaba la cacería de los locales? Sus subalternos intuyeron que tramaba un plan para quedarse con todo y no darles nada. Que quería amistarse con los locales para después timarlos y dejar a todos los recién llegados con un palmo de narices tras llevarse las riquezas.
Su mujer y él argumentaron que la belleza del lugar, y haber estado consagrado a la Santa de Sevilla, lo había cambiado. Que aquel era el paraíso y merecía conservarse así. Nadie le creyó. Quizás ni él mismo. Conjeturaron que a sus cincuenta años podía estar entrando en la sinrazón. A sus espaldas, se lanzaron a la cacería de los indígenas y cinco de los suyos se aliaron para sacar a Bastidas del camino.
La noche aciaga y la huida
Con cuchillos en mano atravesaron el pecho del gobernador. No murió de inmediato, pero por eso se subió a la nave La Santiago que lo sacará de allí. Así se lo relató a su esposa y a su hijo.
Mientras emprende el viaje que lo llevará hasta Cuba, donde Rodrigo de Bastidas morirá, los conspiradores son juzgados. Las familias que fundaron las doce primeras haciendas se dividen entre sí. Construyen la iglesia y unas pocas casas, pero prefieren arremeter en viajes hacia el interior de Santa Marta en busca de riquezas ajenas antes que seguir edificando el paraíso: la gran Teyuna, ciudad de los Tayronas, termina abandonada; las poblaciones indígenas resultan arrasadas. La ciudad crece, pero permaneció desprotegida y con pocas fortalezas, por lo que termina siendo incendiada veinte veces en 150 años por piratas franceses, ingleses y holandeses.
El paraíso que soñó Bastidas para la ciudad cobró otra forma a partir de entonces. A pesar de la violencia inicial contra lo diferente a lo español, se impuso el mestizaje. A Santa Marta llegaron los vestidos de seda para las damas encopetadas a la par que las primeras Biblias impresas, pero también los africanos esclavizados que legaron sus bailes y su gastronomía, así como los indígenas que bajaron de la Sierra e impusieron tanto su tranquilidad como sus saberes ancestrales. Los andaluces impusieron el acento, pero los indígenas lo suavizaron y los africanos lo volvieron más rápido y golpeado. Todos fraguaron un nuevo ser, el caribeño, que se replicó por las costas.
Y todo se mezcló: las campanas para las iglesias con el conocimiento de los mamos, las gaitas europeas con las gaitas y ocarinas indígenas, los bombardinos y trombones con los tambores de los africanos de Mali, Senegal, Guinea y Burkina Faso, el hierro para el primer tren con el cobre de los fogones donde se fritaba en grasa de cerdo el maíz de las arepas. Eso no lo sabría Bastidas.
Pero ese, al final, sería la versión del paraíso que había soñado: una donde la diversidad que lo había atraído sería representada por la coexistencia de todo.
Tags
Más de
Música, deporte y cultura: Una agenda “totalmente gratis” en la Fiesta del Mar 2025
Así lo reiteró el alcalde Carlos Pinedo Cuello.
Capturan a alias ‘Iván’, ‘Indio’ y ‘Zarco’ presuntos extorsionistas de ‘Los Pachencas’
Durante los operativos, fue incautado dinero en efectivo, teléfonos celulares, dos motocicletas y documentos con registros de las exigencias monetarias.
Todo listo para el Desfile Folclórico de Fiesta del Mar: Este es el recorrido
Participarán 224 comparsas.
Caicedo, imputado ante la Corte Suprema por presunta corrupción en la Megabiblioteca
La audiencia se lleva a cabo este viernes, según informó el abogado de la Alcaldía en calidad de víctima, Julián Quintana.
Claustro San Juan de Nepomuceno, declarado Bien de Interés Cultural Andino
Este logro se suma al ingreso de la Corporación Centro Histórico de Santa Marta a la Red Andina de Autoridades Territoriales.
300 personas son certificadas en liderazgo y redes del cuidado en Santa Marta
La Alcaldía celebró este avance en la implementación del sistema Redes del Cuidado, que beneficia principalmente a mujeres.
Lo Destacado
Rosita Jiménez, Alberto Gutiérrez y Mallath Martínez, investigados por elegir Mesa Directiva pese a orden judicial
La Procuraduría también evalúa, la presunta designación y posesión, irregular, por la Mesa Directiva, de un diputado como secretario Ad-Hoc de la Asamblea del Magdalena, y reemplazar al Secretario General de la Corporación.
Música, deporte y cultura: Una agenda “totalmente gratis” en la Fiesta del Mar 2025
Así lo reiteró el alcalde Carlos Pinedo Cuello.
Capturan a alias ‘Iván’, ‘Indio’ y ‘Zarco’ presuntos extorsionistas de ‘Los Pachencas’
Durante los operativos, fue incautado dinero en efectivo, teléfonos celulares, dos motocicletas y documentos con registros de las exigencias monetarias.
Caicedo, imputado ante la Corte Suprema por presunta corrupción en la Megabiblioteca
La audiencia se lleva a cabo este viernes, según informó el abogado de la Alcaldía en calidad de víctima, Julián Quintana.
ESE Alejandro Próspero intensifica programa de vacunación desde este viernes
Las acciones se adelantan en el marco de la III Jornada Nacional de Vacunación.
Descubren en Argentina restos de dinosaurio gigante
Investigadores afirman que los huesos permanecieron en el lugar por más de 200 millones de años.