“Lo más difícil no es salir de la guerra sino que la sociedad te acepte”: Desmovilizada

El 15 de abril de 1972 es recordado por Martha* como si fuera ayer. Ese día, sin reflexionar, tomó la decisión de dejar de ser una de las pocas niñas del pueblo y convertirse en una combatiente más de la guerrilla de las Farc.
El Coordinador en el Magdalena de la Agencia Colombiana para la Reintegración (Acr), José Nicolás Wild, afirma que la mayoría de combatientes que ha decidido reintegrarse a la vida civil ingresaron a los grupos subversivos en la niñez, algunas por voluntad propia, otros, reclutados.
“Tenía 13 años de edad, cuando decidí escaparme de la casa e irme para la guerrilla. Era una niña ingenua, que me creía dueña del mundo”, expresa esta mujer, que asegura que la condiciones de pobreza en la que vivía y la falta de un hogar sólido fue determinante para coger un rumbo inesperado que marcó su vida para siempre.
Esta mujer de carácter fuerte pero amable a la vez, a los seis meses de haber ingresado a la guerrilla ya sabía disparar un fusil. “Los primeros días son muy duros. Nos entrenan día y noche para ser los niños de la guerra”, cuenta Martha, quien refleja en su rostro las emociones encontradas de cada una de las heridas que le dejó su paso por el grupo guerrillero cuando apenas su cuerpo cambiaba de niña a mujer.
‘Martica’, como le dicen sus amigos de cariño, tuvo su primer hijo a los 17 años, luego del romance que emprendió con el jefe del frente guerrillero para el que operaba. De ese amor fortuito, dos años después, nació otro bebé.
Luego, con el consentimiento de su compañero, decidió desertar para criar a sus hijos lejos de la guerra; privilegio con el que contó, porque de no ser la pareja del comandante, su decisión le hubiese costado la vida.
Durante los tres años siguientes no perdió contacto con sus compañeros guerrilleros, estuvo activa desde la distancia. Hasta que llegaron las amenazas por parte de las Farc y le tocó partir de su pueblo. A partir de ese momento vivió de la ayuda económica de sus familiares.
Cuando recién cumplía sus 25 años ingresó a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Asegura que en ese grupo paramilitar nunca supieron su pasado guerrillero.
Durante los siete años que permaneció en las AUC, se dedicó a las labores de enfermería, hasta el año 2005, cuando Rodrigo Tovar Pupo, ‘alias Jorge 40’, le exigió a sus combatientes que entregaran sus armas y se acogieran a la ley de Justicia y Paz (Ley 975 de 2005). De acuerdo con cifras de la ACR, en esta desmovilización entregaron sus armas 1.167 paramilitares que conformaron este grupo.
De la guerra a la paz
Hoy, Martha tiene 45 años y ha logrado reintegrase a una sociedad que en diferentes oportunidades le ha cerrado las puertas que ella ha tocado con el propósito de trasformar su vida. Este tipo de discriminación es el principal desafío que sufre un desmovilizado que se encuentra decidido a cambiar la guerra por la paz.
Se propuso demostrarse que sí podía cambiar, para así reflejar su cambio en una sociedad que todavía no se convence de su transformación.
De acuerdo con el informe final del estudio realizado por la Fundación Ideas para la Paz (Fip) 'Retorno a la legalidad o reincidencia en 2014', el 76 por ciento de la población desmovilizada en Colombia culminó con éxito el proceso de reintegración, mientras el 24 por ciento restante retornó a la ilegalidad. Entre sus conclusiones, el análisis establece que el grupo de excombatientes que decide volver a la delincuencia lo hace por la falta de aceptación que tiene la sociedad al recibir a un desmovilizado.
“Es muy duro cambiar la vida que uno tenía. Yo no sabía hacer más nada que curar heridos de la guerra. Jamás creí que podía reivindicarme con la sociedad a la que algún día le hice tanto daño”, afirma Martha, quien hoy trabaja para una organización social como secretaria.
“En la guerrilla nos lavan el cerebro porque somos niños fácil de manipular, por eso creemos que todo lo que hacemos es por justa causa. Ahora me doy cuenta de que no es así, todo lo malo que hice afectó a muchas personas inocentes pero principalmente me hice daño yo misma”, con estas palabras resume su paso por la violencia y lo que le ha significado su cambio de vida.
Pero ese proceso no ha sido fácil. Martha narra que le ha tocado tomar el trago amargo del desprecio. Cuenta cómo una vez fue a abrir una cuenta bancaria y en diferentes entidades financieras le negaron esa posibilidad por su condición de desmovilizada.
Situaciones como esta la vive a diario en diferentes circunstancias la población desmovilizada. Así lo establece el estudio realizado por Barómetro de las Américas a 1.500 personas de las regiones Caribe, Pacífica, Centro y Oriente de Colombia, donde el 47,4 por ciento de los encuestados ve posible la reconciliación con desmovilizados, pero a su vez se niega a tenerlo como vecino o compañero de trabajo.
El desafío que tienen que librar la población desmovilizada no es solo con los fantasmas que le ha dejado su vida en la guerra. Además, debe enfrentar el estigma y rechazo generado por una porción de la sociedad que cobra sus errores.
Una compañera de trabajo de Martha afirma que “Muchas veces pensamos que estas personas jamás pueden cambiar, se nos olvida que al igual que nosotros son seres humanos. ‘Martica’, por ejemplo, es la persona más colaboradora que he conocido. Y jamás he visto en ella una actitud de violencia”.
“Experimentar la sensación de que nadie te acepta, que no significas nada para la sociedad es mucho más cruel, pero luchar porque la gente te quiera por tu esencia y capacidades es el gran triunfo que todos debemos visionar al momento de aportar a un país mejor, a la paz de Colombia”, afirma con voz entusiasta Martha.
*Se cambio el nombre por protección a la fuente.
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