Alguna vez durante mi infancia mis papás llegaron a la casa con algo nuevo: un sofá, una mesa, una porcelana. Cualquier adorno. Y alguna vez yo lo rompí o lo rayé o lo dañé. La recriminación de mi mamá empezaba más o menos así: "¿Sí ves? Por eso es que no podemos tener cosas bonitas en esta casa".
Con esas palabras titula Whitney Phillips su libro sobre el 'troleo' en línea. En el contexto de los debates sobre Internet, ese conocido sermón familiar iría más o menos así: nos inventamos una cosa bonita llamada Internet, pero llegaron los 'trols' y acabaron con los foros en línea y las redes sociales. ¿Sí ven? Por eso es que no podemos tener cosas bonitas.
La filosofía del 'troleo' es que nada debe tomarse en serio. Por lo tanto, cualquier expresión pública de sentimientos o convicciones es un llamado a las armas y una invitación al saboteo. La moneda de cambio de los 'trols' no son los 'likes' o los 'retuits', ni mucho menos el dinero. La recompensa es el 'lulz', una especie de placer por la infortuna, el dolor o la irritación de otros.
Es común pensar el problema de los 'trols' como un hecho aislado que arruina lo que de otra forma sería perfecto. Y por esa vía, las soluciones propuestas se orienten a aumentar el control de contenidos en línea, desincentivar o prohibir el anonimato, o simplemente inventar nuevos delitos. Si sacamos a los desadaptados, tendremos un ambiente de lujo.
La tesis de Phillips va en el sentido contrario: "Difícilmente puede decirse que los 'trols' son una anormalidad. Encajan confortablemente en el ambiente mediático Americano". Antes que inventar de la nada los artefactos y figuras que emplean –afirma la autora– los 'trols' se inspiran, replican y llevan al límite las narrativas y representaciones de los medios masivos de comunicación y la industria del entretenimiento.
El 'troleo' es, pues, la manifestación de una sub-cultura que emerge y se retroalimenta de la cultura masiva y las instituciones convencionales. Y estas últimas, a su vez, afectan el 'troleo' y minan su empresa subversiva. Lo que empezó como un foro de iniciados se volvió un proyecto político (de 4chan/b/ a las máscaras de Anonymous); lo que parecía un libreto indescifrable (LOLCats, Pedobear, Oldfags) pasó a popularizarse entre la gente. ¿Quién no ha hecho un 'meme' alguna vez?
El anonimato, la zona gris entre el 'troleo' y el acoso sistemático, la causa feminista y el omnipresente amarillismo digital, son algunos de los elementos que aborda Phillips para entender el problema de los 'trols'. This Is Why We Can't Have Nice Things es una brújula para navegar un debate complicado y extenso, y es también un mapa para ubicar los retos antes de aventurarse con soluciones nocivas e inútiles.
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