La Cámara Alta del gobierno argentino decidió –por escasos siete votos de diferencia- la no despenalización del aborto, poniendo nuevamente un tema sobre la agenda que aún no halla respuesta a favor de la libertad y la vida de la mujer. Las pibas perdieron una de las tantas batallas que reclaman derechos a decidir sobre sus propios cuerpos por encima de un Estado que todavía controla, decide y delimita las fronteras de la legalidad en cada decisión autónoma.
El discurso que por años ha desplegado sus raíces en las profundidades de nuestras sociedades es el mayor obstáculo para las generaciones progresistas que exigen el reconocimiento de la libertad del cuerpo. No solo perdieron ellas, las del sur, también sus vecinas de América Latina, en donde resoplan aires premodernos en cada proceso electoral, y los gobernantes preferirán siempre ver a la mujer en una tumba por cuenta de una práctica clandestina, a tratar con una que ha decidido interrumpir su proceso de embarazo.
Evidentemente Colombia aún no está preparada para dar una batalla como esas. Es una discusión que involucra distintos frentes que hoy no están a la altura intelectual que se requiere. Alguien podría imaginar al bachiller Ernesto Macías, presidente de nuestro congreso, invocar respuestas basadas en las ciencias, en la filosofía o el derecho? Sencillamente no puede, está limitado, como gran parte de los legisladores conservadores que, a ultranza, encarnan en la tierra el poder divino sobre asuntos que hacen parte exclusiva de la deliberación humana.
Y si el Estado no es capaz de dar una discusión que además ya han resuelto la mayoría de países desarrollados, la sociedad no se queda atrás. Los hombres seguimos empeñados en inmiscuirnos y alegar asuntos de moralidad, de lo bueno y lo malo, sobre la independencia de la mujer. Miramos mal a aquella que abiertamente expresa su deseo de abortar, y peor aún, muchas mujeres asumen una posición despectiva hacia sus pares, lo que dificulta cada vez más el poder discutir sobre estos temas sin temor a represalías o juicios de valor. Para el Estado y gran parte de la sociedad, son criminales.
Dicen que Colombia es una madre que acoge en su seno, pero la figura retórica está errada. Nuestro país no es la madre que decide si practicarse o no un aborto, es más bien el padre que abandona a la madre y a la criatura a sus suertes. Basta ver las calles de nuestras principales ciudades repletas de niños sin asistencias, consumidos por la indigencia y el rezago de la patria paternalista. Colombia es el padre que prefiere saber que su hijo vive pasando las noches debajo de puentes, pidiendo limosnas y esperando que el crimen se apodere de él o ella. Así, pero vivo. Muerto jamás.
Si no fue hoy, será mañana, repiten las pibas.
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