Así se viven cuatro días con conjuntivitis, la enfermedad de moda en Santa Marta

El lunes 23 de octubre, cuando desperté, hice lo de siempre: fumarme un cigarrillo, sentarme en el inodoro a descargar el estómago y leer las noticias desde mi celular. Como una casualidad extraña, lo último que había leído eran las grandes cifras de casos de personas contagiadas por conjuntivitis en Santa Marta y Barranquilla. Parecía como si toda la gente de esas ciudades, según las noticias, tuvieran los ojos infectados y que nadie, si aún no le había llegado el momento,  podría salvarse. Pero no me importó. Ya sabes… siempre crees que algunas cosas solo suceden a otros, menos a ti.

Me metí a la ducha y aún no me había mirado en el espejo. Mientras me enjabonaba el rostro para desvanecer el sueño de la noche, sentí un leve ardor, pero creí que era el jabón que se fue adentro de los ojos.

Al salir, para cambiarme e irme a trabajar, por fin me miré la cara y tuve la impresión de que mi ojo derecho era un trozo de carne cruda a punto de llorar sangre, pero tampoco me importó. Creí que se trataba de la irritación producida por la espuma del Protex de avena.

Cuando llegué a la redacción del periódico, comencé a experimentar una intensa y profunda punzada en el ojo derecho: el símbolo de mi incredulidad. Lo rasqué varias veces para calmar la sensación. Le mostré el ojo a un compañero que estaba sentado a mi lado al mismo tiempo en que le preguntaba si creía que el asunto guardaba relación con la conjuntivitis.

Hizo algunas bromas y me observó el ojo con precaución para no contagiarse. Después, otro compañero me miró y como si fuese un médico, me confirmó que, efectivamente, tenía la enfermedad de moda de Santa Marta y Barranquilla.

Resolví entonces irme a la clínica, por consejo de ellos, con el propósito de que me recetaran algo especial para tratar la desagradable afección ocular. Al entrar al consultorio del doctor, luego de haber esperado a que atendieran a cuatro pacientes, dos de ellos con síntomas similares a los míos, el médico me examinó, frotó un hisopo para limpiar una secreción espesa y verdosa. Posterior a ello, soltó una risa y me entregó un papel en el que escribió: “Cuadro clínico de aproximadamente 12 horas de evolución de dolor ocular asociado a inyección conjuntival, escozor ocular, epifora y secreción mucosa abundante”.

Me recetó unas gotas antibióticas llamadas Maxitrol que debía usar cada dos horas y, que tres días después, me enteré que se habían agotado en la ciudad. Para el dolor, otro medicamento: Apronax. Cuando me despedí en la puerta del consultorio, el médico me prometió sonriendo que al día siguiente estaría como nuevo.

Al día siguiente, cuando volví a despertar, la cabeza y las piernas me dolían y me sentí extraño porque había escuchado que eso no hacía parte del compendio de síntomas de la enfermedad de moda. Los ojos me estallaban de dolor y tuve la sensación de que me hubieran pegado los parpados con algún pegamento para tuberías. Dejé caer dos gotitas que refrescaron mi vista. 

Contemplándome un rato largo el rostro desfigurado, recordé la promesa y la sonrisa del doctor, y  concluí entonces que yo ya me había convertido en un caso más de los 2000 presentados en Santa Marta. Estaba jodido, pensé.

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Nota del editor: efectivamente, a la fecha, el periodista Sebastián no ha venido a trabajar.