En esa tarde septembrina, por entre las nubes blancas y frondosas que como algodones esponjados se esparcían en un cielo brillante y diáfano, llegó Génesis. Con sus alas desplegadas y su sonrisa angelical se posó en uno de los algodones más pequeños que en forma de capiteles, sobre unas columnas, bordeaban el escenario del edén. De inmediato se escucharon unos clarines que venían de lo más profundo de la inmensidad.
Ahí estaban Johnny, Luisa, Alexander, Juan Diego, Andrea Carolina y todos los demás ángeles fundanenses que en aquella tarde nublada de mayo habían entrado a hacer parte de ese coro celestial que con sus cánticos estremecen todo el Olimpo.
Ellos le dieron la bienvenida, y de inmediato le comenzaron a enseñar las primeras estrofas de esas canciones celestes y eternas que retumban en la mansión de los bienaventurados.
Génesis no dejaba de sonreír. Con las alas recogidas y su cabello retozando sobre sus hombros tomó uno de los clarines plateados que había en otra nube cercana y comenzó a seguir las partituras musicales del canto a la divinidad. Yuliana se posó a su lado sobre otra columna de nube y también se pegó al sortilegio musical.
Génesis y Yuliana por un instante dejaron a un lado los clarinetes, se abrazaron y elevaron sus brazos a la infinidad. De inmediato, desde una nube situada en lo más alto del Olimpo, comenzaron a caer lluvias de serpentinas blancas en forma de espirales, varias de las cuales se adhirieron como risos a sus cabellos. Quizás buscando secar las lágrimas del dolor y el sufrimiento de su partida terrena.
Hay un monstruo suelto. Mientras tanto, acá en la tierra, entre varios de sus familiares, vecinos y muchas otras personas, además del vacío y el dolor que no se ha podido asimilarse un año después, hay un sabor amargo porque al parecer la justicia hizo la fácil; para ellos y varios especialistas hay inconsistencias que ponen en duda que Adolfo Enrique Arrieta haya sido el asesino y abusador de la niña.
El mismo abogado defensor de Arrieta aseguró que había muchas flojedades en el proceso, en la confesión de éste y, además, no hubo pruebas materiales de Medicina Legal en el cuerpo de la niña que pudiesen corroborar que Adolfo Enrique haya sido el asesino y abusador.
Vecinos del sector consultados con sigilo y reserva aseguraron que el verdadero ‘monstruo’ es otro que huyó de inmediato del lugar de los hechos. Concluyen que Adolfo Enrique puede ser responsable por encubrimiento y por tratar de borrar evidencias quemando el cadáver de la niña, en esas estaba cuando la policía lo aprehendió, pero no de su abuso y asesinato.
Directivos de organizaciones no gubernamentales defensoras de los niños, la mujer y la familia tienen la misma sensación; la Fiscalía para menguar el chaparrón de críticas y mostrar efectividad se acogió a lo que dijo el confeso y fue negligente en la investigación. ¡Ojo! un monstruo puede estar suelto al acecho de otra criatura angelical…
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